Tuesday, February 19, 2008

LAS MUJERES TAMBIÉN HACEN ARTE (SORPRESA!)

~ SEÑORA EULÀLIA VALLDOSERA ~

HAY QUE CERRAR LOS OJOS
por José Jiménez

¿Cómo orientarse, ubicarse, en un mundo como el nuestro, cada vez más desbordante de ruido y brillo, de voces y destellos, que ensordecen nuestro oído, que ciegan nuestra mirada? Los artistas de hoy actúan como exploradores de la percepción, como guías de un viaje de retorno a lo humano, al fondo de nosotros mismos. Se trata de transitar del reflejo cegador, del espejismo, a la auténtica luz, aquella que se encuentra en la sombra, en el seno de la oscuridad.



El itinerario artístico de Eulàlia Valldosera se sitúa en ese proceso de búsqueda. Construyendo un equilibrio sutil y poético con la luz, las sombras y el lenguaje. Si el gran poeta Paul Celan situaba el núcleo de lo poético en el margen, en el “resto no cantable”, los procedimientos plásticos de Eulàlia Valldosera privilegian lo residual frente a la materialidad del objeto. Ella misma lo indica así: “Siempre he hablado de los desechos. Cuando trabajo con las colillas, cuando trabajo con las sombras, no deja de ser parte de ese mundo de los ruidos, de los desechos. El trabajo en sí, la obra final, no deja de ser un desecho de un proceso mental, durante el cual la energía se va perdiendo y acaba en un punto muerto que es la obra.



En realidad, sus acciones e instalaciones, sus fotografías y sus vídeos, sitúan su primera referencia en un plano personal, incluso íntimo: la artista se funde y, a la vez, se desdobla en sus piezas, en sus propuestas. Los elementos que constituyen su especial gramática de formas son, al mismo tiempo, reducidos y esenciales. El cuerpo, vestido o desnudo, mostrado de forma distorsionada o fragmentaria. La casa, vivida como un cuerpo. Los objetos, en el eco o resonancia que transmiten, en su anclaje en la memoria. Las sombras y proyecciones, físicas y mentales, que nos conducen por el curso del tiempo y la experiencia humana de la pérdida, de la deriva.



El ombligo del mundo, una instalación germinal realizada entre 1990 y 1991, y presentada también en vídeo y con una serie fotográfica, muestra a la artista empuñando una escoba con la que dibuja con colillas de cigarrillo la forma de un vestido femenino sobre un suelo de algodón. El punto central del dibujo actúa como un equivalente del centro del mundo, del “ombligo de la tierra”. El hilo de la obra es una experiencia personal: después de veintiocho días intentando dejar de fumar, con el reinicio del hábito decide recoger día a día los residuos resultantes, entendiendo esa acumulación “como un ejercicio de consciencia”.

El resultado es una recuperación de huellas remotas de prácticas rituales a través de un deslizamiento de sentido en un gesto cotidiano, habitualmente banal. En las palabras de la propia Eulàlia: Fumar es dar el acento al movimiento ascendente, estimulante, trascendente. Observamos cómo se eleva el humo sinuoso. Meditamos. Nostalgia: repetición continua de un número limitado de gestos y comportamientos. Con el cigarro encendido conservamos el fuego ancestral convertido en metáfora del consumo.

Junto a la fuerza sugestiva y paradójica de esa trama formal construida con residuos, con materiales destinados a la basura, al poner el acento en el proceso y no en el objeto, la obra se convierte en una metáfora de la fugacidad de la vida, del paso del tiempo: “Sólo lo fugitivo permanece en el jardín de los desechos.” Eulàlia Valldosera alcanza así un registro plástico de lo intangible, de esas presencias inmateriales que resultan tan decisivas en el curso de la vida humana.

En todas sus piezas resuena ese registro intangible, articulado en sombras y proyecciones, y en el que el empleo de los trucos ópticos, de materiales absorbentes como el algodón y, sobre todo, de los espejos, de distinto tamaño y calidad, desempeñan un papel decisivo. Pero, además, Eulàlia Valldosera lleva la idea del espejo más allá del sentido material del vidrio pulimentado. Es el espejo del yo en el otro, en el desdoblamiento de la pareja. O en los objetos y sus sombras. En los cuerpos y sus proyecciones. Es un juego abierto, una trama articulada, que permite dar una coherencia profunda a su trabajo artístico: “la ilusión, espejo del inconsciente”; “la casa, espejo del cuerpo”; “los objetos, espejo de la memoria”; “el otro, espejo de mí mismo”.

Hay un texto de Jorge Luis Borges: “El espejo de los enigmas”, incluido en su libro Otras inquisiciones (1952), en el que éste comenta la aparición recurrente de un paso de la Primera Epístola a los Corintios, de San Pablo, en distintas obras del escritor católico francés Leon Bloy. Ese paso, recogido también en una reciente publicación de Eulàlia Valldosera, dice así: “Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido.” Borges escribe: “Es dudoso que el mundo tenga sentido; es más dudoso aún que tenga doble y triple sentido, observará el incrédulo. Yo entiendo que así es; pero entiendo que el mundo jeroglífico postulado por Bloy es el que más conviene a la dignidad del Dios intelectual de los teólogos.

El juego de los espejos nos lleva, en definitiva, a advertir el carácter ilusorio de toda pretensión de lectura “directa” de las cosas. El mundo tiene un sentido cifrado, es un texto a interpretar. Y esa acaba siendo la clave última del juego de transparencias, proyecciones, sombras y espejos en el que se apoya la propuesta plástica de Eulàlia Valldosera: “Mis obras ocurren en la noche, tengo que crear la noche para que las obras puedan existir, para que las proyecciones se puedan apreciar.” Hay que atravesar esa luz artificial, que ha aumentado tanto en nuestras ciudades que hace que ya no sepamos qué es la oscuridad. Hay que rasgar la falsa luz, viajar desde el día al ámbito del conocimiento, al fondo oscuro de la noche: “La luz concede una seguridad, pero es una seguridad efímera, en la que no podemos confiar. Hay que vivir la noche, hay que cerrar los ojos.


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